El Dr. Gonzalo Suárez se refirió al tema en las Jornadas de Buiatría.
Salto | Todo El Campo | La garrapata bovina Rhipicephalus microplus continúa representando uno de los mayores retos sanitarios para la ganadería en Uruguay y en el mundo. En el marco de las LII Jornadas Uruguayas de Buiatría, el Dr. Gonzalo Suárez, profesor titular de Farmacología y Terapéutica de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de la República, presentó un análisis técnico y actualizado sobre el estado de situación del control farmacológico del parásito, sus consecuencias productivas y la urgencia de incorporar estrategias integradas y herramientas modernas como la farmacometría.
“La base histórica del control se ha apoyado casi exclusivamente en el uso de acaricidas químicos, pero el uso prolongado e intensivo de estos productos ha generado una presión selectiva que llevó al desarrollo de resistencias generalizadas”, explicó el profesional.
El impacto de la garrapata representa pérdidas anuales del orden de US$ 3.240 millones en Brasil, US$ 175 millones en Australia y US$ 573 millones en México. “Estos valores reflejan tanto el daño directo, como la pérdida de sangre y deterioro de las pieles, como también el efecto indirecto sobre la producción de leche, carne y la transmisión de enfermedades como la babesiosis y la anaplasmosis”, señaló.
En Uruguay, la situación no es menor, y ha motivado desde hace décadas la implementación de campañas de control y erradicación con distinto grado de éxito.
“Hoy el escenario es más complejo por la multirresistencia”, sostuvo, y a modo de ejemplo, citó casos de resistencia vinculada a canales de sodio en piretroides, receptores de octopamina en amitraz y a los canales de cloro en lactonas macrocíclicas como ivermectina.
Suárez insistió en la necesidad de abandonar las prácticas empíricas o rutinarias, e implementar un control farmacológico racional, basado en evidencia, monitoreo y diagnóstico de sensibilidad. “El fenómeno de escape parasitológico, que ocurre cuando algunos animales no alcanzan concentraciones efectivas del fármaco, contribuye a perpetuar y dispersar poblaciones resistentes”, remarcó.
La farmacometría se presenta como una herramienta clave en este contexto. “Se trata de una disciplina que integra farmacocinética y farmacodinamia, permitiendo simular escenarios posológicos, evaluar nuevas formulaciones, comprender la variabilidad en respuesta terapéutica y predecir períodos de retiro”, explicó. Esta aproximación permite, además, adaptar esquemas de tratamiento a distintas categorías productivas, etapas fisiológicas e incluso razas.
También abordó el concepto de Control Integrado de Parásitos (CIP), que promueve una estrategia combinada que incluye el uso racional de acaricidas, el control biológico, físico y prácticas de manejo del hábitat.
En Uruguay, el diagnóstico de resistencia mediante pruebas como el Test de Inmersión de Adultos (AIT) o el Test de Inmersión Larval (LIT) aún no está suficientemente extendido. “La participación del veterinario de campo es esencial para incorporar estas herramientas de diagnóstico y generar planes de tratamiento estratégicos y personalizados”, destacó.
Además del impacto productivo, el docente alertó sobre los riesgos indirectos del uso indiscriminado de acaricidas. “La utilización de dosis elevadas o combinaciones no evaluadas aumenta el riesgo de residuos en carne y leche, con posibles consecuencias para la seguridad alimentaria y la exportación”, afirmó. En ese sentido, señaló que los períodos de retiro deben ser respetados estrictamente, especialmente en vacas gestantes o en lactancia, donde pueden existir impactos ecotoxicológicos y de bioacumulación.
“La farmacometría permite establecer con precisión estos tiempos de retiro, garantizando la inocuidad de los alimentos y cumpliendo con los estándares internacionales”, agregó.
A modo de conclusión expresó: “El control integrado es la única vía sostenible a largo plazo. Ya no alcanza con aplicar productos químicos al azar. Debemos diagnosticar, monitorear, planificar y evaluar constantemente. Solo así podremos preservar la eficacia de los acaricidas actuales, reducir la presión de selección y mitigar los riesgos para la salud animal, humana y ambiental”.
Fuente: Diario Cambio.
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