Sri Lanka nos enseña que así como en el mundo habría menos hambre si Europa dejara de interponer prohibiciones políticas sobre la modificación genética de los cultivos, en el mundo habrá más hambre si los gobiernos prohíben el uso de fertilizantes e insumos agrícolas.
Hébert Dell’Onte | Que ONGs o instituciones de activistas cometan errores de estrategia puede ser tolerado y es un problema de ellas. Lo vemos a diario en todo el mundo, incluso en Uruguay las hay, anteponen y contraponen una suerte de idealismo sin fundamento a la realidad sustentada en años de estudios e investigación. Me refiero a quienes contradiciendo a científicos de todo el mundo y de nivel internacional, se oponen a prácticas que son beneficiosas para el ser humano.
Lo vemos con las vacunas en general. Siempre hubo quienes se opusieron a ellas, pero si enfermedades que años atrás causaban millones de muertes hoy ya no, es gracias al sentido común de la mayoría de las personas que optó por vacunarse o medicarse para sanarse o prevenir el contagio. El debate sobre las vacunas está más que vigente con la pandemia, pero la realidad nos muestra un mundo que ha ido recuperando la normalidad gracias a los vacunados, y así volverá a ser en caso de surgir una nueva variante, algo de lo que no estamos libres.
Lo que no puede suceder es que los gobiernos, aquellos que toman decisiones, se dejen embaucar por los discursos ambientalistas radicales que quieren modificar las cosas sin sustento científico y sin detenerse a pensar en las consecuencias. En materia agrícola hay dos ejemplos claros: el uso de transgénicos y el de los fertilizantes que muchos quieren prohibir a cualquier costo.
Son varias las organizaciones que se oponen a ellos y bregan por una agricultura orgánica porque, dicen, es más sana para el ser humano.
Respecto a la conveniencia de usar o no fertilizantes, el tema está hoy en las tapas de los diarios y las agencias del mundo debido a la crisis alimentaria en que cayó Sri Lanka debido a la escasez de alimentos como consecuencia de la resolución del Gobierno de prohibir, en 2021, el luso de fertilizantes químicos.
La medida, que va a contramano de lo que cualquier científico serio del mundo puede opinar al respecto en base a los estudios sobre el tema, fue celebrada por algunos movimientos autodenominados ambientalistas, ecologistas o simplemente verdes, pues consideraron que lograban así un paso primero y trascendental a nivel mundial.
El resultado fue el conocido y que hoy vemos: Sri Lanka cayó en una situación de escasez de alimentos, que para agravar más se da en medio de una crisis económica. El Gobierno prometió ahora -demasiado tarde- que comprará suficiente fertilizante para la próxima siembra.
La prohibición de todos los fertilizantes químicos fue tomada por el presidente Gotabaya Rajapaksa en abril de 2021.
El jueves 19 de mayo el nuevo primer ministro, Ranil Wickremesinghe, escribió en Twitter que “es posible que no haya tiempo para obtener fertilizantes” para la temporada más próxima que va de mayo a agosto.
El experimento de Sri Lanka se da, además, cuando los fertilizantes escasean en el mundo y sus precios se disparan.
La lección es simple, pero que nos sirva: Así como en el mundo habría menos hambre si Europa dejara de interponer prohibiciones políticas sobre la modificación genética de los cultivos, en el mundo habrá más hambre si los gobiernos prohíben el uso de fertilizantes e insumos agrícolas. Estos son temas que se deben analizar y debatir en ámbitos científicos, y la resolución sobre la conveniencia o no de su uso debe tener un fuerte componente científico.
DE NAPOLEÓN A LA EUROPA CONTEMPORÁNEA.
En los últimos tiempos hay otros asuntos que nos muestran acciones y decisiones equivocadas de quienes gobiernan con la bandera ambientalista.
La guerra Rusia-Ucrania nos mostró y dejó en evidencia el grado de dependencia que Europa tiene de la energía de un solo país, la rusa, y lo hizo suspendiendo sus programas energéticos. Es inadmisible y difícil de comprender cómo algo así puede suceder.
Habrá que ver cómo hacen los gobiernos para dar calor a sus poblaciones cuando el próximo invierno llegue -solo faltan 6 meses-; ya veremos cómo explican que eso es gracias a políticas ambientalistas que no previeron la seguridad energética mínima. De alguna manera la historia podría repetirse. Así como Napoleón y los alemanes se enfrentaron al implacable frío ruso, es Rusia la que ahora tiene en sus manos la estabilidad energética europea, vital para calefaccionar a millones de hogares.
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