Trump anunció un arancel del 25% para las importaciones de acero; y del 10% para las de aluminio. ¿Qué efecto tienen esa medida proteccionista?
Hébert Dell’Onte Larrosa | Montevideo | Todo El Campo | Mientras la guerra en Ucrania motivada por la invasión rusa ya se ha asumido como un hecho del escenario internacional al punto de que casi no está en los medios de comunicación masivos, en Israel continúa las negociaciones con contratiempos que por momentos parecen hacer naufragar el alto el fuego. Paralelamente con eso China despliega buques en la Zona Económica Exclusiva de Filipinas violando el derecho internacional; más cerca nuestro, la dictadura de Nicolás Madura se consolida y las esperanzas de que cayera y comenzara un proceso de recuperación democrática se han perdido casi completamente.
Todos estos son indicativos -solo algunos entre varios más que se podrían mencionar- del estado lamentable del mundo. Mientras eso ocurre, Estados Unidos acelera su batalla comercial con el mundo entero imponiendo aranceles y minando las bases comerciales del mundo.
Con su accionar, el presidente Donald Trump apuesta por conformar un país que ignora la importancia que el comercio ha tenido en el desarrollo de la civilización y la construcción de la paz entre las naciones.
Además, el mandatario estadounidense y sus asesores parecen ignorar que el mundo ya tiene experiencia sobre las desventajas que implican los aranceles, para los países que se les impone como en la interna de los países que los imponen.
Por solo nombrar un ejemplo, en 2016 el economista, docente y autor estadounidense Maurice Obstfeld escribió un artículo que mantiene toda su vigencia, en el que advirtió que “los aranceles causan más perjuicios que ventajas internamente”.
Allí anotó que hay “dirigentes políticos” y a veces “expertos” que “proponen establecer aranceles a la importación” como medida para “contrarrestar” algunas “supuestas ventajas en materia de precios”. Sin embargo, “quienes proponen estas medidas suelen no darse cuenta de que esas políticas arancelarias, además de perjudicar efectivamente a quienes están dirigidas, también pueden tener un alto costo internamente. Lo sorprendente es que este perjuicio autoinfligido puede ser considerable, aunque los socios comerciales no tomen represalias imponiendo aranceles por su parte”.
Cualquiera sea la razón por la que se adoptan aranceles, “el discurso político constantemente se centra en medidas nacionales unilaterales de ‘mano dura’ hacia los socios comerciales cuyos precios de exportación se perciben como artificialmente bajos”.
Las presiones que se dan para que se impongan “derechos compensatorios (…) no se limitan a Estados Unidos y hoy hacen estragos en el comercio mundial”, sostuvo Obstfeld.
Agregó que esa estrategia tiene “el problema” que abre la puerta para que las ramas de producción ejerzan presión sobre la base de criterios que suelen ser menos objetivos que una subvención financiera cuantificable. Asimismo, la protección compensatoria puede inducir a los socios comerciales a imponer aranceles como represalia y desencadenar guerras comerciales mutuamente destructivas.
Por otra parte, “los aranceles tienen otra gran desventaja” y es que “pueden traer cierto alivio a las ramas de producción y a los trabajadores que compiten directamente con las importaciones afectadas, en términos generales son contractivas y reducen el producto, la inversión y el empleo en el conjunto de la economía. Estos efectos negativos persisten aún si los socios comerciales no tomen represalias, pero si lo hicieran, el resultado sería aún peor.
“LA RESPUESTA ES NO”
Considerar que dirigir la demanda hacia mercancías producidas internamente y aumentar los precios de las importaciones competitivas, “¿no ayuda el arancel a aumentar el producto y el empleo y a ejercer una presión alcista positiva en la inflación?”, se preguntó el Ec. Obstfeld.
Ese es un planteo recurrente, pero la respuesta fue dada “hace más de medio siglo” por el Premio Nóbel de Economía 1999, Ec. Robert Mundell.
“Mundell percibió la razón principal por la que un arancel puede tener estos efectos negativos acumulados: al prometer mejorar la posición de la balanza de pagos subyacente del país importador, provoca un fortalecimiento de la moneda nacional en el mercado de divisas, lo que puede culminar en una reducción del PIB y el empleo (y terminar profundizando el déficit comercial)”, escribió Obstfeld.
Finalmente, llamó a “pensar dos veces” antes de aplicar políticas económicas que buscan ventanas artificiales.
UNA VIEJA IDEA FRACASADA.
Pero si no se le cree a los economistas Obstfeld y Mundell, sí hay que creerle a los hechos de la historia reciente que muestran cómo las medidas arancelarias al alza fracasaron.
Ahora todos hablan y escriben sobre Trump y lo critican con razón por sus medidas económicas, pero este asunto de gravar las importaciones no es únicamente cosa del mandatario estadounidense actual, otros antes ya quisieron intentarlo con resultados adversos.
En 2002 George W. Bush (republicando) impuso aranceles de hasta el 30% a las importaciones de acero; antes otros presidentes tomaron medidas similares, como George Bush padre (republicano), Ronald Reagan (republicano), Jimmy Carter (demócrata), Richard Nixon (republicano) y Lyndon B. Johnson (demócrata).
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