“El consumo de leche seguirá alimentando discusiones, ojalá, que apoyadas sobre las evidencias basadas en la ciencia. Y entre ellas, los beneficios que aportan los lácteos a la salud”.

Montevideo | Todo El Campo | La pregunta planteada desde el título suele ser escuchada como argumento entre quienes se oponen a la leche como consumo humano y defienden el uso de sustitutos vegetales.

“Cualquiera que sea nuestra postura en el debate, debemos saber que la costumbre de tomarla es relativamente moderna en la historia del Homo sapiens, como consecuencia de un interesante proceso evolutivo”, publicó The Conversatión en un artículo que aborda el tema.

Agrega: De todas formas, la leche “fue indiscutible en las civilizaciones antiguas. A quién no le suenan los tiempos baños de Cleopatra en leche de burra, para conservar su inigualable belleza en egipcios; la leyenda de Rómulo y Remo, legendarios fundadores de Roma, amamantados por una loba; y en el esplendor griego, la glorificación de la leche cuando dio nombre a nuestra galaxia, la Vía Láctea, al considerar que nació del líquido nutricio liberado por los pechos de la diosa Hera”.

El siguiente es parte de artículo ¿Por qué somos la única especie que toma leche en la edad adulta? del médico veterinario Dr. Edgar Pulido Chávez, profesor de Veterinaria y Ciencia de los Alimentos, Universidad de Guadalajara, en The Conversatión con adaptaciones para Todo El Campo.

LA MADRE DE TODAS LAS LECHES.

Volvamos la vista mucho más atrás, cuando surgió el complejo proteico que antecedió a la leche, hace unos 200 millones de años.

En aquel tiempo aparecieron animales que requerían un alimento complementario a la pérdida de líquido producido por la incubación de los huevos. La imposibilidad de poner huevos de mayor tamaño favoreció que surgieran epitelios modificados en las madres, capaces de secretar proteínas que garantizaran la sobrevivencia de crías de rápido crecimiento. Además, al carecer de dientes en sus primeras etapas de desarrollo, estas no podrán procurarse ellas solas el alimento.

Fue un gran salto evolutivo, ya que aquel primitivo complejo lactoproteico inició la sustitución de la yema de los huevos de la que se nutrían los embriones. Después, hace unos 65 millones de años, la evolución dotó a los mamíferos placentarios de una glándula mamaria capaz de producir una secreción de hasta 400 componentes, tal y como la conocemos en la actualidad.

Un fósil viviente que nos puede ilustrar este complicado proceso es el ornitorrinco, una maravilla de la evolución. Pone huevos, pero amamanta a sus crías. No es un ave, pero tiene un hocico en forma de pico de pato. Carece de dientes y sus machos tienen un espolón venenoso.

PRIMEROS INDICIOS ARQUEOLÓGICOS.

Para el caso que nos ocupa es de vital importancia poner sobre la mesa las evidencias arqueológicas. Restos de leche hallados en vasijas documentan su consumo habitual en humanos, más allá de la lactancia, desde hace más de 6.000 años. Esta costumbre se produjo a partir de la domesticación de herbívoros rumiantes, por ser menos peligrosa y más fácil de manejar que los carnívoros. Además, no competían directamente por los alimentos con nuestra especie.

La obtención de leche forma parte del proceso conocido como la revolución de los productos secundarios, el cual permitió la selección y especialización de especies como vacas y cabras. Así se produjo el paso de las comunidades cazadoras-recolectoras a las primeras sociedades agrícolas y ganaderas.

¿CÓMO SE ADAPTARON LOS ANTIGUOS HUMANOS A SU CONSUMO?

Hasta este punto sólo hemos hablado de las circunstancias culturales y ambientales que facilitaron el consumo de leche. Ahora veremos cómo se adaptó el cuerpo humano al nuevo alimento.

La digestión de la leche está regulada, principalmente, por dos factores: la presencia de microorganismos que consumen lactosa -un tipo de azúcar exclusivo de la leche- y la acción de la lactasa. Esta enzima es la responsable de descomponer lactosa en azúcares más sencillos y lograr su absorción hacia la sangre.

No siempre fue así. Estudios arqueológicos y genéticos han determinado que los primeros humanos que consumieron leche no pudieron digerir la lactosa. Solo pequeñas proporciones de la población tenían esa capacidad hace 8.000 años.

Sin embargo, la asociación cultural de los humanos y los animales productores de leche, aumentará rápidamente la distribución de esta nueva capacidad entre las personas. Así surgió la adaptación intestinal para producir lactasa y digerir de manera permanente la leche, mientras no se interrumpa su consumo. A esta nueva característica se le llama persistencia de la lactasa y está determinada en nuestros genes.

Tales características cambiarán a los grupos de humanos que domesticaron animales productores de leche, una ventaja competitiva que se heredaron por selección natural. Es el caso de las poblaciones del norte y centro de Europa, así como de algunas sociedades del norte de África y Medio Oriente.

En cambio, para las culturas con poca o ninguna relación con animales lecheros resultó poco útil esta adaptación. Eso explica que en la mayoría de la población asiática, así como en gran parte del continente africano y las culturas nativas americanas, prevalezca la intolerancia a la lactosa.

Para responder a la pregunta de por qué somos la única especie que bebe leche en la edad adulta se encargó el proyecto europeo llamado precisamente LeCHE (*), un buen ejemplo de una iniciativa multidisciplinaria en la que colaboraron expertos en antropología, ciencias forenses y técnicas instrumentales avanzadas.

El consumo de leche seguirá alimentando discusiones, ojalá, que apoyadas sobre las evidencias basadas en la ciencia. Y entre ellas, los beneficios que aportan los lácteos a la salud, ya sea que proceden de vacas, cabras, ovejas, búfalas, camellas, yeguas o las hembras de yaks. (The Conversation).

(*) LeCHE: ver aquí.

EL AUTOR. Edgar Pulido Chávez, además de profesor de Veterinaria y Ciencia de los Alimentos -Universidad de Guadalajara-, es veterinario y zootecnista, máster en Investigación en Veterinaria y Ciencia y Tecnología de los Alimentos -Unileón, España-; y consultor en Sanidad, Calidad e Inocuidad Agroalimentaria y Políticas Públicas Agropecuarias.

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