Una visión transformadora es clave para avanzar hacia un modelo de producción sustentable.

Manuel Otero | Una crisis de múltiples dimensiones nos acecha y un sector ofrece las herramientas para enfrentarla de forma eficaz. El mundo demanda más alimentos sanos y nutritivos, producidos con un uso responsable de los recursos naturales.

Una agricultura intensiva en conocimientos, con rostro humano, construida en un marco de cooperación múltiple y con fuertes vínculos con la salud y en armonía con el ambiente, es la respuesta a esos retos.

El marco adecuado para construir esa agricultura es el que permitirá agregar valor en la ruralidad y promover el desarrollo sostenible, apuntando a saldar una deuda con nuestras sociedades: la de una industrialización inteligente que convierta a nuestros campos en una gran fábrica de alimentos, de bioenergías y biomateriales, generando empleos, progreso y bienestar en la ruralidad.

Si desde el origen de la vida humana la actividad agrícola ha sido entendida como un conjunto de técnicas y conocimientos para el cultivo de la tierra y durante siglos la agricultura y la alimentación fueron consideradas como dos caras de una misma moneda, las enormes posibilidades de agregado de valor y generación de riqueza a partir del aprovechamiento del capital natural las han convertido hoy en fenómenos cada vez más diferenciados.

Se trata de un cambio de importancia mayúscula que, con la consolidación de la bioeconomía, los cambios en la geografía poblacional, la globalización del consumo de alimentos, la transnacionalización de cadenas de valor, la conexión entre los sistemas agroalimentarios de distintos países y regiones, y el papel del comercio internacional, afecta positivamente la relación entre la agricultura y el resto de los sectores de la economía y ofrece una oportunidad única para dinamizar y valorizar los territorios rurales, construyendo puentes con los centros urbanos.

La profunda interacción con la ciencia y la tecnología ha convertido a la agricultura en un eje esencial para cualquier estrategia de desarrollo sostenible.

Este contexto alienta la formulación de una nueva generación de políticas públicas capaz de impulsar una mirada estratégica hacia el agro, en acción conjunta entre gobiernos, sector privado, la academia, la cooperación técnica y los organismos internacionales de crédito, y contribuir para superar la visión del sector como un mero proveedor de materias primas para las cadenas globales de valor.

Esta concepción renovada permitirá reconfigurar el papel y la tradición de la agricultura para posicionarla, junto a los sistemas agroalimentarios y los territorios rurales, como activos estratégicos de los países de América Latina y el Caribe, y aprovechar a pleno su capacidad para reactivar las economías golpeadas por la pandemia, impulsando oportunidades y una mejor calidad de vida.

Una visión transformadora es clave para avanzar hacia un modelo de producción sustentable apoyado en la gran base de recursos naturales de los países latinoamericanos y caribeños.

Es una nueva agricultura, responsable -además de la producción de materias primas- de la generación de energías renovables, insumos para la industria y la provisión de servicios ecosistémicos. Es el camino para que el agro sea considerado como una verdadera industria de la biomasa y no como un sector extractivista y generador de bienes primarios.

Las agendas prioritarias de una cooperación técnica moderna y en plena sintonía con las prioridades de los países y la necesidad de dejar atrás la destrucción causada por la pandemia deben enfocarse en el combate a la degradación de los suelos, la promoción de buenas prácticas agrícolas, la inclusión digital y la innovación en el campo, apuntando también a impulsar la acción colectiva entre países y regiones que favorezcan consensos que protejan, apuntalen y expandan sus intereses.

CAMBIO CLIMÁTICO.

Esa cooperación técnica actualizada, que escucha a los países, propone y actúa, ha dado muestras de su capacidad para articular, crear y sostener coaliciones efectivas, como se verificó en la última Cumbre de Sistemas Alimentarios organizada por las Naciones Unidas, en la que las Américas, partiendo desde la heterogénea realidad de su agricultura, supo construir un consenso sobre el funcionamiento de sus sistemas agroalimentarios.

Esa capacidad también se manifestó en la reciente Conferencia Mundial sobre Cambio Climático (COP 26), en Glasgow, Escocia, en la que se consolidó la Coalición de Acción para la Salud de los Suelos (CA4SH) y se ratificó la vital importancia de contar con suelos vivos para la mitigación del cambio climático y la resiliencia y sostenibilidad de los sistemas agroalimentarios.

Es una concepción moderna, en la que la agricultura propicia, como ningún otro sector, la creación de oportunidades de progreso en la ruralidad, al tiempo que consolida la posición de las Américas como garante de la seguridad alimentaria y nutricional del planeta, así como de la sostenibilidad ambiental.

(*) El Dr. Manuel Otero es el director general del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA).

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