La situación de sequía regional no se puede atribuir al cambio climático.
Científicos de varios países participaron de la evaluación que determinaría la medida en que “el cambio climático inducido por el hombre alteró la probabilidad y la intensidad de las escasas precipitaciones que provocaron la sequía”.
Hébert Dell’Onte | Montevideo | Todo El Campo | Es común que los eventos meteorológicos extremos se atribuyan de forma rápida y sin ningún argumento científico al cambio climático. Como un latiguillo fácil políticos, periodistas, la población en general suele señalar las lluvias, la falta de éstas, las inundaciones, la sequía, el calor o el frío a cambio climático causado por la acción humana. Pero ¿hasta qué punto esa atribución es acertada o equivocada?
Uruguay atraviesa un período de ausencia de precipitaciones que lo convierte en una de las peores secas del siglo, según un análisis del Instituto Plan Agropecuario. En los distintos círculos en que uno se mueve es común que se recurra al cambio climático para explicar lo que nos está sucediendo. Sin embargo, el déficit hídrico que sufrimos no tiene otra explicación que la “variabilidad natural” y no se le puede “atribuir la escasez de precipitaciones al cambio climático”, define un análisis de World Weather Attribution (WWA), un centro de análisis académico que estudia la atribución de eventos extremos.
Con el fin de conocer qué incidencia tiene o no el cambio climático en la sequía, es que WWA elaboró el informe titulado La vulnerabilidad y las altas temperaturas exacerban los impactos de la sequía en curso en América Central del Sur, al que accedió Todo El Campo y que comienza así: “Desde 2019, grandes partes de Argentina y los países vecinos -esto evidentemente incluye a Uruguay- se han tambaleado bajo condiciones de sequía y los últimos cuatro meses de 2022 recibieron solo el 44% de la precipitación promedio: la precipitación más baja en 35 años”.
El reporte hace referencia explícita a Uruguay que “en octubre de 2022 declaró la emergencia agrícola (que se extendió en tiempo y alcance en enero de 2023), y el consiguiente deterioro de las condiciones de crecimiento está afectando a los agricultores y residentes ya vulnerables en el corazón agrícola del continente”.
Para el caso de Argentina establece que “la salud de los cultivos en Argentina es la más pobre en 40 años, con graves impactos esperados en las cosechas de trigo y soja”. Ese país “experimentó una disminución del 61% en los ingresos por exportación de granos y semillas oleaginosas entre enero de 2022 y enero de 2023”.
De forma “simultánea” a la sequía se da “una serie de olas de calor récord”. Sucede que “el calor continuo exacerba los impactos de la sequía en la agricultura, por ejemplo, poniendo estrés por calor además del estrés hídrico en los cultivos”.
WWA señala que científicos de varios países (Argentina, Colombia, Francia, Estados Unidos de América, Países Bajos y el Reino Unido) participaron de la evaluación que determinaría la medida en que “el cambio climático inducido por el hombre alteró la probabilidad y la intensidad de las escasas precipitaciones que provocaron la sequía, centrándose en los tres meses particularmente severos de octubre a diciembre de 2022”.
PRINCIPALES CONCLUSIONES.
La noticia es que lo que sucede obedece a la “variabilidad natural en la región”, esa es una de las “principales conclusiones” a la que se arribó.
Indica que “la sequía en curso ha provocado graves impactos en la agricultura, reduciendo a la mitad las cosechas anuales de trigo y soja en Argentina, lo que a su vez se espera que conduzca a déficits de exportación del 25-50%. Los impactos de la sequía golpearon a la población además de la ya alta inflación y el debilitamiento de la moneda local”.
Sobre Uruguay dice que “más de 75.000 personas sufren de falta de acceso al agua potable”, en tanto que “el acceso al agua para los cultivos y el ganado también es limitado”.
Agrega que “el déficit de precipitaciones” en esta parte del mundo “es en parte impulsado por La Niña”.
De las observaciones se puede indicar que hay “una tendencia de reducción de las precipitaciones en los últimos 40 años, aunque no podemos estar seguros de que esta tendencia vaya más allá de lo que se espera de la variabilidad natural en la región”.
“Para identificar si la reducción de las precipitaciones es una tendencia real más allá de la variabilidad natural que puede atribuirse al cambio climático, observamos una vez en los eventos de baja precipitación de 20 años en la misma región en los modelos climáticos y encontramos que los modelos muestran que los eventos de baja precipitación disminuyen, es decir, se vuelven más húmedos; lo contrario de la tendencia observada en la mayoría de los registros meteorológicos, aunque esta tendencia tampoco es significativa y es compatible con la variabilidad natural. Por lo tanto, no podemos atribuir la escasez de precipitaciones al cambio climático”, subraya.
No se descarta que el cambio climático haya afectado otros aspectos de la sequía. Otros análisis mostraron que no hay una señal “significativa de cambio climático en la precipitación efectiva”.
No obstante, “el cambio climático probablemente redujo la disponibilidad de agua” durante el período analizado, “aumentando así la sequía agrícola, aunque el estudio no puede cuantificar este efecto”.
Lo anterior quiere decir que la reducción de las precipitaciones “está dentro de la variabilidad natural” y que “las consecuencias de la sequía son cada vez más graves debido al fuerte aumento del calor extremo”. El reporte al que accedió Todo El Campo finaliza considerando necesario “reducir la vulnerabilidad a la sequía” a través de “la mejora de la eficiencia y la gestión del agua, la anticipación de la sequía utilizando pronósticos estacionales y los instrumentos de seguro”, de esa manera se podrá “ayudar a los agricultores a capear los años secos”, mejorando “la resiliencia a este tipo de eventos”.
Foto de Vieragro @Vieragrouy