La actividad forestal se posiciona en el sureste uruguayo con oportunidades productivas y nuevos retos para la investigación.
Todos los árboles del país importan y si bien el Programa Forestal de INIA tiene sede en Tacuarembó, los técnicos pasan muchas horas en la zona sureste.
La madera chipeada que exporta Uruguay es producida en el sureste del país, con una marcada participación de los departamentos de Rocha y Lavalleja. Al igual que en el norte y en el litoral, allí la actividad a escala comenzó tras la ley forestal de 1987, pero se diferencia en su producción porque no es liderada por empresas integradas, sino por productores y fondos de inversión que encuentran en la serranía una oportunidad y múltiples retos en los que el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) ha debido trabajar para buscar soluciones.
“La forestación en el sureste está centrada en producir rolos que luego se chipean y se exportan a Europa y Asia para hacer celulosa. Históricamente se ha plantado la especie de Eucalyptus globulus y recientemente se ha incorporado el Eucalyptus smithii, ya que ambos generan una cantidad de pulpa de celulosa por metro cúbico de madera que hacen viable su exportación como materia prima”, explicó el Ing. Roberto Scoz, director del Programa Forestal de INIA.
Scoz detalló también que la producción en esta región es mixta. “Lo que más predomina es la ganadería por ser una zona típicamente de serranía con campo natural y la forestación surge como una oportunidad productiva adicional”. Además, destacó que tiene un área importante de suelos de prioridad forestal, pero es la zona menos ocupada en proporción a otras, por lo tanto, “es la que más espacio tendría para seguir creciendo”.
Por tratarse de productores y fondos de inversión, no cuentan con programas de mejoramiento genético propio como sí lo tienen las empresas forestales integradas que pueden autoabastecerse. Ante esto, la obtención de material genético para la región sureste se ha convertido en una de las principales necesidades y el aporte de INIA en ese sentido es clave.
“Tener programas de mejora genética para producir semilla comercial en la región siempre fue una demanda, ya que si no dependen mucho de genética externa. Además, cuando surgen nuevas plagas y enfermedades, por ejemplo, un hongo que empieza a afectar a los árboles, la herramienta para contrarrestarlo es generar materiales resistentes mediante mejora genética. Ahí entra INIA en el partido”, dijo Scoz.
“Todos los árboles del país nos importan y si bien el Programa Forestal de INIA tiene sede en Tacuarembó, pasamos muchas horas en el sureste”, resaltó el experto. De hecho, el programa de mejoramiento genético del instituto está fuertemente relacionado a las especies que crecen en la zona. Con globulus tiene un largo camino de trabajo y el smithii se sumó hace dos años por el interés que ha cobrado.
A nivel sanitario, uno de los principales problemas que afecta al Eucalyptus globulus es la Teratosphaeria, que hizo que se retraiga el interés por su plantación y que creciera el interés por la especie smiithi. Este movimiento en la demanda abrió dos líneas de trabajo para INIA, uno centrado en generar materiales resistentes a este hongo para el caso del globulus y otro en abastecer al sector con semilla comercial de la nueva especie de interés.
“No es siempre el caso, pero con la implantación de una especie nueva suelen aparecer nuevos problemas sanitarios y de adaptación que los traducimos en desafíos para la investigación y que estamos trabajando con mucho énfasis en el Consorcio Forestal conformado por INIA, el Laboratorio Tecnológico del Uruguay y la Sociedad de Productores Forestales”, manifestó Scoz.
El investigador también destacó las oportunidades y fortalezas de la producción en esta zona. “La actividad forestal tiene cuatro grandes aristas productivas en Uruguay: la celulosa, la madera aserrada, los troncos para exportación y con el sureste se suma la colocación en el extranjero de chips para producir celulosa en destino. Se podría decir que es un sistema que a escala macroeconómica genera un equilibrio valioso para el país y para el sector que se debe cuidar”.
Además, señaló que ve con buenos ojos las posibilidades que brinda la complementariedad de la ganadería con la forestación. “Esa combinación que en algún momento fue atractiva por lo económico, hoy también lo es por lo ambiental. Los árboles son aliados en la mitigación del cambio climático, por la fijación de carbono, y en el bienestar animal, ya que brindan abrigo y sombra al rodeo”.
La actividad recreacional de la zona también puede potenciarse con la forestación. “Plantar árboles que sumen a la diversidad del paisaje creo que es una oportunidad. Llevado a un caso simple, no es lo mismo hacer senderismo en un espacio con o sin árboles”, ejemplificó Scoz. Asimismo, reconoció que esta interacción “genera una sana presión sobre los temas ambientales que siempre están sobre la mesa en la agenda de investigación, no solo asociados al rubro forestal sino también al uso de la tierra en su conjunto”. “La discusión ya no pasa por ‘producción forestal sí, producción forestal no’, sino por ‘cómo la llevo adelante o teniendo en cuenta qué’”, señaló el referente, quien vio con buenos ojos el futuro de la región sureste forestal. “Mientras los precios y los costos se mantengan, es un negocio rentable que dinamiza la economía regional. Las consultas que recibimos muestran que nuevos fondos de inversión y productores empiezan a verlo como una posibilidad clara de generar renta adicional. Para la investigación el reto a futuro está en seguir sumando a la productividad y la sostenibilidad de un rubro de interés creciente y con un mercado bastante estable”, concluyó.