Hace 22 años comenzó en el país un proceso de caída acelerada de la seguridad. A la luz de los acontecimientos de las últimas horas, el Gobierno debe animarse a tomar acciones decididas y de efecto inmediato.
Hébert Dell’Onte Larrosa | Montevideo | Todo El Campo | A la gente le preocupa la inseguridad más que cualquier otro tema de los que suelen estar en la agenda política y social del país.
Delincuencia siempre hubo y los que tenemos algunos años sabemos que la percepción ciudadana siempre evolucionó hacia una situación peor que la anterior. Recuerdo que allá por 1998 -segunda presidencia de Julio Ma. Sanguinetti- escribí un artículo señalando un aumento del uso de rejas en los hogares como forma de protección. Otros barrios o zonas con mayores posibilidades económicas contrataban empresas de seguridad que los vecinos pagaban religiosamente todos los meses. Ya desde entonces había una percepción de inseguridad preocupante.
Con el tiempo la tecnología evolucionó y se abarató siendo posible la instalación de cercas eléctricas, portones control remoto y cámaras que ahora el dueño de la casa puede ver a través de un celular desde cualquier lugar del mundo. Todo eso se sigue haciendo, pero nada detiene la conducta delictiva de los que optan ir por ese camino, por lo que la batalla es permanente: siempre habrá personas dispuestas a delinquir, esa es una verdad estampada a fuego desde que Moisés -el personaje de la Biblia que también aparece en el Corán- recibió los Diez Mandamientos y aquella ordenanza “no matarás, no robarás”.
2002, LA CRISIS Y LA LLEGADA DE LA PASTA BASE A URUGUAY.
Si hay que marcar un punto de quiebre, ese es el año 2002 durante el Gobierno de Jorge Batlle. En un contexto de crisis financiera y bancaria que se convirtió en la más grande en la historia del país, con una disparada de los suicidios nunca vistos hasta ese momento y el aumento del estrés y la irascibilidad social, Uruguay comenzó a observar cómo una nueva y nefasta droga causaba importantes estragos en la población más joven, la pasta base, superando el daño causado por inhalar cemento -hasta ese momento la forma más económica de drogarse pero con un impacto y alcance mucho más acotado-. La pasta base cambió radicalmente el comportamiento de los desafortunados consumidores y comenzó a desdibujar algunos aspectos de la sociedad uruguaya.
En 2005 gana por primera vez el Frente Amplio las elecciones nacionales y asume Tabaré Vázquez iniciando su primer Presidencia. Con él llega al poder la visión edulcorada que el socialismo siempre ha tenido de la delincuencia y del delincuente transformándolo en víctima.
Con esa mentalidad, la gran política de seguridad comenzó con la liberación de presos, bajo la equivocada lógica de contar con la buena voluntad de los premiados. Alcanzaba con haber leído de niño la fábula de la rana y escorpión para saber que nadie pierde su condición por el mero hecho de que otros crean que sí.
La delincuencia creció y cada vez hubo señales más evidentes de que una nueva sociedad estaba emergiendo desde las sombras, perdiendo todo resto de vergüenza, actuando de forma cada vez más descarada y osada, sin códigos ni valores de ningún tipo, arrasando con todo lo que se le cruzara y perdiendo todo sentido de valor por la vida humana.
En 2010 la ciudadanía puso en el Gobierno a José Mujica, un mago de la ilusión, hombre de grandes promesas no cumplidas. Si hubiera honrado aquel “educación, educación, educación”, seguramente Uruguay sería otro, pero tuvo un gran éxito en su fracaso, del que luego responsabilizó a los sindicatos.
Fue en ese mismo 2010 que asume el peor ministro del Interior que tuvo el país desde el retorno de la democracia, Eduardo Bonomi. Con él comenzó un período de baja autoestima policial, el desamparo por la acción de enfrentar a los delincuentes y la instauración de un estado en que el delincuente parecía que siempre podía salirse con la suya.
Sumado a ello Mujica legalizó la marihuana desoyendo los informes técnicos de la Sociedad de Psiquiatría del Uruguay y la Sociedad Uruguaya de Psiquiatría de la Infancia y la Adolescencia.
El resultado fue que la juventud más vulnerable, la de contexto socioeducativo más bajo, fue bombardeada de mensajes donde la delincuencia no es tan mala, la droga no hace tanto mal sino que nos da más libertad, y estudiar no es una buena elección cuando el mundo narco te empodera sin esfuerzo.
¿Cuántos adolescentes y jóvenes se embanderaron con esa idea destrucción propia y ajena?
2015 es el año del tercer Gobierno del Frente Amplio, y la segunda Presidencia de Vázquez en la que comete el error de mantener a Bonomi a pesar del deterioro de la seguridad. Y lo confirma una y otra vez en el cargo hasta el último día de su mandato.
Es Vázquez quien reglamenta la venta de marihuana en farmacias, aún contra su voluntad y luego de la amenaza de Mujica de “trancar todo en el Parlamento” si no se avanzaba al respecto.
EL COMIENZO DEL CAMBIO.
Con la llegada de Luis Lacalle a la Presidencia y Jorge Larrañaga al Ministerio del Interior, un viento esperanzador ganó a la sociedad. En los cuadros policiales comenzaron a llegar mensajes de apoyo y respaldo por el accionar, y algo muy importante: cambió la disposición y la actitud de quienes debían combatir el delito.
Así llegamos al presente. Mejor que antes, pero sin ser suficiente.
Los números indican que la delincuencia ha bajado en los crímenes “tradicionales”, por llamarlos de alguna forma. Pero no ha sido así en las nuevas maneras delictivas vinculadas al narcotráfico. Ahí hemos ido de mal en peor.
Sucede que el delito y la delincuencia organizada no son conceptos abstractos, sino que detrás de ellos hay personas racionales e inteligentes que emplean todas sus capacidades para contrarrestar lo que la Policía haga para combatirlas.
Los delincuentes saben cuáles son los contextos vulnerables donde puede fortalecerse, saben de las debilidades humanas, conocen fortalezas propias para tomar impulso, y la de sus adversarios -la Policía- para evitarlas. Eso hace que su combate requiera mucho más esfuerzo y deba darse a varios frentes en manera simultánea, incluyendo los programas sociales, las políticas educativas, las instancias de reinserción social y también la prensión y represión. Y estrategia, que es lo que está faltando.
ESTRATEGIA DE EFECTO INMEDIATO.
Pero necesitamos de una estrategia de efecto inmediato. Está muy bien lo que hace el Inisa con los menores infractores, y está muy bien todo lo que se quiera hacer en educación y cárceles, pero falta asumir una decisión que sea desde ya y que de resultados ahora.
La campaña electoral ha sido propicia para que los diferentes precandidatos presenten propuestas concretas, pero todas adolecen de falta de inmediatez, salvo la de sacar a los militares a la calle, no para ocupar el lugar de la Policía, sino en apoyo. A la luz de la escalada de violencia que está viviendo el país, quizá sea el momento de tomar acciones decididas. La gente lo necesita.
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