No existe el desarrollo agropecuario si no somos capaces de entender la necesidad y obligación de generar las herramientas para asegurarnos ese elemento fundamental, sin el cual nuestro modelo de país se desvanece.

Hébert Dell’Onte | Montevideo | Todo El Campo | En un reciente tuit, el técnico meteorólogo Gabriel Labrador afirmó que “Uruguay, en relación a su dimensión geográfica”, es el país “más afectado” de la región de la Cuenca Del Plata”, además de ser “de los países más perjudicados por La Niña a nivel global”.

Creo que hasta ahora nadie se detuvo a observar la sequía en esos términos, aunque sí todos refieren a la peor seca en varias décadas y la necesidad de contar con un desarrollado sistema de cosecha de agua, como se le llama ahora al manejo del agua que consiste en almacenarla para cuando no la hay.

Ahora, siendo Uruguay una potencia productiva, potencia no por el volumen sino por la calidad, y que además, a pesar de nuestro poco volumen en comparación con nuestros vecinos, seamos capaces de produzcamos alimentos para el mundo más que para nosotros mismos, que no hayamos sido capaces de desarrollar sistemas de almacenamiento de agua y de riego, constituye un error grave e imperdonable de las generaciones anteriores que nosotros no debemos repetir.

No existe civilización y mucho menos desarrollo agropecuario si no somos capaces de entender la necesidad y obligación de generar las herramientas para asegurarnos ese elemento fundamental, sin el cual nuestro modelo de país se desvanece.

Aunque parece que la lección la aprendimos tarde, recién ahora, la realidad es que desde la cuna de la civilización el hombre sabe que si no se garantiza el agua, no prospera.

Está en la tapa del libro, si almacenamos agua para potabilizar y beber, deberíamos hacer lo mismo para producir nuestro alimento y sustentar nuestra economía país.

Según los arqueólogos fue en Sumer, en la Baja Mesopotamia (zona que actualmente abarca Bagdad hasta el golfo Pérsico), donde comenzó la civilización. Allí, hace unos 7.000 años, los sumerios se dieron cuenta que si querían producir debían controlar el agua, frenar las inundaciones causadas por los ríos y garantizar el riego en una zona muy fértil pero de clima seco.

Los estudiosos afirman que en la Baja Mesopotamia nunca hubiera sido adecuada para la agricultura si quienes allí vivían no hubieran tenido la inteligencia de controla el agua.

Otras grandes civilizaciones, por ejemplo los egipcios (imagen principal), también hicieron del riego un gran potencial. Más acá en el tiempo y la geografía, en Roma, los emperadores usaban la gravedad para llevar agua desde las montañas a la ciudad; lo mismo que en Segovia (España), famosa por su acueducto construido por los romanos y que hoy continúa tan inhiesto y firme como el primer día constituyendo un espectacular atractivo turístico, pero lo más importante es que mantiene su capacidad de trasladar agua a la ciudad.

Acueducto de Segovia, España.

Desde tiempos inmemoriales el hombre supo que sin agua no era capaz de progresar, y en eso puso todo su empeño desarrollando técnicas que generaron mucho conocimiento para la humanidad.

Cuesta entender cómo en la actualidad no nos hayamos dado cuenta a tiempo y que tuviera que llegar una seca dura y persistente para que ahora todos coincidamos en la importancia de manejar el agua para que no nos falte. Es hora de aprender la lección y actuar en consecuencia.

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