El documento de la OIT y el MTSS expresa que para Uruguay “es un desafío ambiental minimizar la utilización de productos químicos, analizando la posibilidad de su sustitución por productos biológicos y microorganismos benéficos y pensando en un control biológico de plagas”.

Hébert Dell’Onte | La Organización Internacional del Trabajo (OIT) y Ministerio de Trabajo y Seguridad Social del Uruguay (MTSS) elaboraron el documento “Actualización y desarrollo de indicadores de empleo verde y azul en Uruguay. Informe 2021” en el cual evalúan el impacto de las políticas vinculadas al cambio climático, con un enfoque sectorial y “examinando más de cerca la cantidad y la calidad de los empleos verdes y azules que existen actualmente en la economía de nuestro país”, se lee en el prólogo.

El texto explica los conceptos de empleos verdes y azules: “Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), los empleos verdes son los que contribuyen a proteger el medio ambiente y reducir los efectos nocivos de la actividad humana sobre él (mitigación), o a afrontar mejor las condiciones actuales del cambio climático (adaptación)”.

En el empleo azul “refiere a las actividades relacionadas con la explotación y preservación del medio ambiente marino”, por tanto, trata del “uso sostenible de los recursos oceánicos para el crecimiento económico, la mejora de los medios de subsistencia y el empleo, manteniendo al mismo tiempo la salud de los ecosistemas oceánicos”.

El capítulo 6, de un total de 11, se ocupa del sector agropecuario.

“La certificación internacional sobre la calidad del producto se aplica en múltiples casos y es lo que posibilita al Uruguay acceder con sus productos a mercados de altísima exigencia a nivel mundial, como ser el caso de la carne, lácteos o cítricos, entre otros. Pero el exigente control y sistemas de trazabilidad sobre estos productos, recae sobre la calidad del producto y las certezas de su consumo seguro para el consumidor del mercado final, pero no implica necesariamente el control de que el proceso productivo haya ocurrido de un modo amigable con el ambiente en su país de origen”, expresa.

Sobre “la producción orgánica de carne, si bien existe en el país un esquema de certificación al respecto, en el sector de exportación de carne orgánica el acceso a certificaciones radica exclusivamente en el interés de lograr el acceso a mercados, dependiendo del interés y capacidad financiera de solventarla por parte del productor, pero no genera diferencias notorias en los procesos productivos, por lo cual no sería el criterio adecuado, en este caso, para diferenciar procesos verdes”.

De haber un marco metodológico “que delimite las actividades agropecuarias verdes en función del uso de agroquímicos, como es el caso de la producción orgánica, indudablemente varios sectores no deberían ser considerados como verdes”. Es el caso de la forestación por el “uso extensivo de hormiguicidas o herbicidas, por más que sea controlado”.

Por lo tanto para Uruguay “es un desafío ambiental minimizar la utilización de productos químicos, analizando la posibilidad de su sustitución por productos biológicos y microorganismos benéficos y pensando en un control biológico de plagas”.

Sobre la producción avícola, porcina y lechera, el texto dice que “en las condiciones actuales de producción en el país, habría consenso entre los técnicos consultados en cuanto a no considerar (esas producciones) como actividades verdes”, y agrega: “Aquí influyen aspectos de bienestar animal, emisiones (óxido nitroso en la lechería, por ejemplo), entre otros”.

SOBRE EL USO DEL AGUA Y EL SUELO.

En cuanto a la gestión del recurso agua, donde los aspectos relevantes a tener en cuenta son la calidad y la cantidad, “tanto en cuanto al consumo de agua de lluvia natural como, principalmente, el agua retirada de cursos naturales para otros usos (como el riego), quitándola de su sistema natural y por ende generando efectos sobre el mismo”, el trabajo indica que “con esta óptica, quedarían excluidos de las actividades verdes los casos de la forestación y otras que producen materia seca en volumen importante (por ejemplo: granos)”.

Asimismo, “la agricultura extensiva (soja, trigo, maíz, cebada, arroz, etc.) presenta una enorme mejora en materia de la gestión del recurso suelo”, en especial en la última década por la reglamentación de los planes de uso y manejo de suelos, que llevó a mejorar su preservación.

GANADERÍA Y PRADERA NATURAL.

En el párrafo referido a la ganadería de vacunos y ovinos se destaca la importancia de la pradera natural: “En Uruguay, la mayor parte de la ganadería se practica con base en la pradera natural, que es el ecosistema por excelencia del territorio. La pradera natural es el principal ecosistema a preservar, con vegetación que soporta el corte por parte de los herbívoros (para alimentarse), los cuales son parte integrante de dicho ecosistema. Por lo tanto, a diferencia de otros países, esta actividad productiva puede operar sin que sea necesario cambiar el ecosistema, realizando un manejo natural de la pastura y su rebrote, con adecuados sistemas de rotación del ganado en los sectores del predio”.

“Para el sector de la ganadería, los resultados preliminares de la Cuenta Ambiental Económica Agropecuaria (CAE-Agro), indican ganancias de eficiencia en el uso del suelo, agua azul y emisiones de GEI (gases de efecto invernadero). Sin embargo, se observa una reducción en la eficiencia del uso de energía, fertilizantes y pesticidas, cuando esta se compara con la cantidad de cabezas”.

Se menciona el debate sobre el uso de feedlot: “Los productores de carne intensiva en Uruguay se nuclean en la Asociación Uruguaya de Productores de Carne Intensiva Natural. Entre aquellos que visualizan a la ganadería en campo natural como una actividad verde en el Uruguay, están, por un lado, quienes consideran verdes a los establecimientos que aplican la modalidad feedlot, justificado en que los primeros 2 años de vida el ganado creció a campo natural (a diferencia de otros países donde el ganado nace en corrales y allí pasa toda su vida). Por otro lado, están quienes no perciben a estos establecimientos como una actividad verde, principalmente con base en razones relativas al bienestar animal o porque implica una intensificación de la producción”.

MONOCULTIVOS, Y EL CASO DEL ARROZ.

Por otra parte, “los monocultivos y ninguna actividad agrícola intensiva sería de consideración en este enfoque, al sustituir un ambiente natural biodiverso por una única especie”.

También cuestiona la producción arrocera: “Con la inundación derivada de la preparación de un predio para el cultivo de arroz, toda especie que no pueda nadar va a desaparecer, por lo que se trata de un sector a descartar en este enfoque”, aunque aclara que eso se debe analizar en un determinado tiempo y espacio en el que “surgirán nuevas especies con condiciones para habitar en el nuevo ecosistema, que van a invadir el predio inundado para el cultivo del arroz”.

“En cambio, sí podrían ser incluidos otros casos extensivos tradicionales en predios de menor escala (trigo o maíz, por ejemplo)”.

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