El hombre equivocado.

El hombre equivocado.

Se destruyen años de seriedad y responsabilidad, dos herramientas importantísimas para un país como Uruguay que ha hecho de la confianza, la seriedad y la responsabilidad su mejor estrategia a la hora de mostrarse al mundo.

Hébert Dell’Onte | Que alguien tan cercano al presidente de la República formara parte de una red delictiva mafiosa de alcance internacional, no era algo que nos esperáramos. Además ¡qué tipo de delitos!, porque no es el tipo de falsificación de quien hace una maniobra para obtener determinado beneficio y cuya afectación queda dentro de los límites nacionales.

Pues no, la falsificación de pasaportes vulnera al país en todos esos aspectos internos como cualquier otro delito de naturaleza similar, pero también en nuestro vínculo hacia el exterior, porque cuando un viajante exhibe su pasaporte está presentando también el concepto que ese documento genera en el país que lo recibe.

De qué manera el mundo va recibir un pasaporte uruguayo de aquí en más es algo que veremos en el futuro próximo, pero seguramente en cada registro de ingreso a cualquier país se va a observar de manera más detallada si el documento que presentemos es original o no, sobre todo considerando que se ha mencionado que pueden ser miles los pasaportes falsificados.

En este tema como en todas las cosas, la construcción de confianza es una tarea de todos los días, de nunca acabar, y una situación como la generada por Alejandro Astesiano destruye años de seriedad y responsabilidad, dos herramientas importantísimas para un país como Uruguay que ha hecho de la confianza, la seriedad y la responsabilidad su mejor estrategia a la hora de mostrarse al mundo.

Encapsular el daño es imposible, ya está hecho, pero sin duda que se puede (y debe) subsanar y tratar de que su efecto negativo sea del menor impacto posible. Para eso es importante que la justicia actúe con rapidez, seriedad y profundidad. Esto es, que las investigaciones den repuestas lo más pronto posible, que esas respuestas tengan fundamentos firmes y alejados de toda duda, y que no se quede en la superficialidad, sino que llegue hasta lo más hondo en los vínculos dentro del país como fuera, porque Astesiano apenas es la punta de un iceberg tan profundo como grande, con ramificaciones que aún no sabemos hasta que rincones del planeta ni a qué organizaciones delictivas internacionales puede llevarnos.

Por eso -y esto ya en otro orden de cosas- es importante blindar su seguridad, porque por ahora y dado el lugar de privilegio que ocupaba parece ser el pez más gordo que la justicia ha podido detener de esa red, y es probable que por su boca caigan otros peces de tamaño mayor.

Entendámoslo bien, quienes fueron capaces de engañar a la institución presidencial, quienes fueron capaces de instalar una oficina en el edificio de Presidencia que debe ser el lugar más seguro del país, quienes adulteraron documentación para borrar antecedentes de quien iban a cumplir una tarea tan delicada como la seguridad del presidente y su familia, en fin, si lograron burlar todos los mecanismos de seguridad es porque no son improvisados, no son dos gatos locos, saben lo que hacen, saben cómo hacerlo y tienen acceso a información delicada.

SACANDO BLANCO DE NEGRO.

Hay que mencionar la institucionalidad del país, algo ya destacado por varios actores políticos y periodistas en general, de todas las corrientes de pensamiento.

Frente a tanto bochorno, esa es la otra cara de la moneda y lo tenemos que valorar, porque si tuviéramos instituciones podridas o gobernantes corruptos nada de esto hubiera salido a la luz con la transparencia que hemos visto y se hubiera buscado un chivo expiatorio para dejar todo bien tapadito. No fue así.

La fiscal Gabriela Fossati lo dejó establecido al declarar a la prensa que no tuvo “el más mínimo obstáculo” para desarrollar su trabajo, desde el Poder Ejecutivo ni desde la Dirección de Inteligencia.

Lo otro a resaltar de este embrollo es que como parte del ser nacional a todos nos despierta sentimientos que van en el mismo sentido: nos enoja, indigna, nos hace sentir vulnerables. Pero sobre todo nos abre los ojos de lo peligrosa que puede ser la delincuencia, porque trepa, se acerca al poder todo lo que puede, y siempre va a querer acercase más.

Está en nosotros saber manejar esos sentimientos comunes de forma inteligente, sin mezquindades partidarias menores, y tengo fe en que sabremos hacerlo bien.

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