José Batlle y Ordoñez nunca imaginó que 107 años después del decreto que sustituyó la Navidad por el Día de las Familias, nuestra sociedad sigue relacionando el 25 de diciembre con la Navidad más que con la familia.

Hébert Dell’Onte Larrosa | Montevideo | Todo El Campo | Aunque cada vez más materializada, la celebración por la Navidad sigue marcando un punto de reflexión importante para millones de personas en todo el mundo que hacen de esa fiesta un momento de inicio hacia algo mejor.

Cada 25 de diciembre, el mundo entero, con excepción de un grupo de pocos países donde está prohibida -como es el caso de Corea del Norte- celebra el nacimiento de Jesús y lo hace renovando uno de los valores más importantes que las personas de todas las civilizaciones y culturas han tenido desde hace muchos siglos y conservan a lo largo de la historia: la familia.

La Navidad está íntimamente vinculada a concepto de familia. La expresión proviene del latín nativĭtas, -ātis, que significa “nacimiento”, y donde nace alguien es porque allí hay una familia, de ahí la relación con la reunión en familia cuando la celebramos.

En Uruguay la Navidad en el concepto religioso católico fue sustituida con la designación oficial del cada 25 de diciembre como “Día de las Familias” por decreto de 1917 cuando el entonces presidente José Batlle y Ordóñez dispuso que el 25 de diciembre fuera un día de feriado nacional para celebrar la familia.

Lo que José Batlle y Ordoñez seguramente nunca imaginó, fue que 107 años después de su decreto, el colectivo social de nuestro país sigue relacionando el 25 de diciembre con Navidad y el nacimiento de Jesús, más que con la familia.

Quizá eso se deba a que la Navidad contiene una carga espiritual superior: el encanto del 25 de diciembre está en su connotación espiritual que la hace diferente y única a cualquier otro día de celebración.

Esa vigencia tal vez se explique porque el ser humano, las personas, todos nosotros, no podemos prescindir de nuestro lado espiritual que siempre termina por aparecer, ayudándonos a llenar vacíos generados o causados por un ritmo de vida muy acelerado o por los avances tecnológicos que no se detienen y se multiplican a velocidad de vértigo.

Lo que sí es seguro, es que cada año, para muchos millones de personas, la Navidad se convierte en un oasis para sus almas, que les permite detenerse y mirar a su alrededor, hacer evaluaciones, para luego tomar viejas y nuevas decisiones, y así continuar su marcha por la vida.

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