La selección de fútbol es para los uruguayos un elemento de unidad. Cada vez que Uruguay juega dejamos de ser tres millones para ser un solo sentimiento como dice algún acertado eslogan. No perdamos eso.

Hébert Dell’Onte | No hay nada más democrático que el deporte. El filósofo español Fernando Savater escribió que es obvio que el deporte y el teatro nacieran en Grecia, pues ahí también nació la democracia. Es que el deporte empareja para poder competir y los resultados muchas veces sorprenden gratamente, especialmente cuando son adversos a quienes por el color de piel, poderío económico, o fanfarronadas extradeportivas se creen superiores. Hay muchos ejemplos en ese sentido.

¿Por qué creen que en Uruguay el fútbol es una pasión? Las razones son simples, primero que cualquiera puede convertirse en una estrella sin importar la humildad de sus orígenes.

Y segundo, es que somos un país pequeño y vulnerable en muchos sentidos, rodeado de dos grandes que si pudieran nos ahogarían. En lo comercial, político o bélico no incidimos, el mundo no nos toma en cuenta.

Pero en el deporte sí, y muy especialmente en el fútbol. En ese terreno hemos sabido vencer a grandes potencias económicas y políticas, a prepotentes autoritarios. Ahí tenemos un lugar seguro, hemos hecho historia con las copas levantadas, vueltas olímpicas creadas y dadas muchas veces, con nombres de futbolistas que a donde van se graban en la memora de los aficionados, e incluso imponen el termo y el mate y por eso nos conocen sin problema cuando estamos de viaje en países lejanos.

El deporte, además, impulsa valores humanos como la camaradería, el respeto por el otro, la superación personal o grupal, temas que el escritor argentino Eduardo Sacheri aborda en su recomendable novela “El funcionamiento general del mundo”.

Por todo eso y durante muchos años la selección de fútbol es para los uruguayos un elemento de unidad. Cada vez que Uruguay juega dejamos de ser tres millones para ser un solo sentimiento como dice algún acertado eslogan.

Lo vimos y sentimos infinidad de veces. Tres ejemplos me vienen ahora a la memora: En 1997 en la Copa del Mundo Sub 20 jugada en Malasia, donde Uruguay trepó hasta el segundo puesto en un campañon dirigido por Víctor Pua; el Mundial de 2010 en Sudáfrica con Washington Tabárez; y la conquista de la Copa América 2011, también con Tabárez. Afortunadamente los ejemplos son muchos más, y cada uno recordará aquel partido o final que más lo emocionó. En todos los casos la gente se volcó a la calle a festejar, incluso a abrazarse con desconocidos que coincidieron en una esquina o el mostrador de un bar. Por eso lo del comienzo, el deporte -en fútbol en Uruguay, más que cualquier otra disciplina- empareja, nos hace iguales sin que dejemos de ser diferentes y únicos.

Es importante que así continuemos siendo, y eso depende sólo de nosotros, los uruguayos.

Lamentablemente desde hace algunos meses hay señales de que eso ya no ocurre. Una señal nos la dio la salida de Tabárez de la selección. Su sustitución fue una decisión tomada a base de malos resultados y expresiones hasta inesperadas del director técnico -“no sé quién me va a sacar a mí” de la selección, dijo con inusitada soberbia-, pero no pocos quisieron hacer una lectura política ajena al mundo del fútbol.

En las redes sociales hasta se llegó a leer que algunos querían que Uruguay no ganara los partidos -léase que no clasificara al Mundial 2022- porque el maestro Tabárez ya no era técnico.

Este fin de semana recibimos otra señal muy negativa. En un partido amistoso Uruguay se despidió de sus hinchas y el presidente Luis Lacalle hizo entrega de nuestro Pabellón Nacional, algo que suele ocurrir con los deportistas que van a representar a Uruguay fuera de fronteras. El tema es que Federico Valverde en ese momento se agachó lo que fue interpretado por algunos como que no quiso estar en la misma fotografía con el presidente de la República.

Rápidamente de un lado y otro se alzaron voces felicitándolo por la supuesta “valentía” que ese acto implicaría; otros lo condenaron por su también supuesta “falta de respeto”, y el propio jugador debió salir explicar lo sucedido: “¿En serio pueden creer que me voy a exponer de esa manera? Estaba moviendo las piernas y me acomodé las medias. Yo juego al fútbol. No interpreten cosas que son ajenas a mí”, escribió en su cuenta de Twitter.

Paralelamente comenzaron a aparecer comentarios críticos a Diego Godin por su actitud con el presidente Lacalle que no fue más que la normal y natural del saludo y conversación que se da en esas instancias. No cabe esperar otra cosa, porque la grandeza no sabe de pequeñeces.

La selección es todos y por ser de todos no debería tener ningún atisbo de política y menos partidaria, y si ese principio fundamental no se respeta el punto de unión que el deporte debe ser y es, se pierde.

No sé ni es el caso saber cuál es la simpatía política de Valverde -tampoco debería interesarnos-, pero sí sabemos cuál es la Oscar Tabárez. No obstante cabe recordar para los que buscan lecturas políticas en todas partes, que “el maestro” dirigió la selección por primera vez en 1990 cuando el presidente era el Dr. Lacalle Herrera.

Hacer del deporte un tema de debate ideológico, político o partidario es desnaturalizar su esencia y perder lo que nos une.

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